Aclaremos el error más común que hay con respecto a la Presencia.
‘Sentarnos con un sentimiento’ ciertamente no es lo mismo que revolcarnos en él, o mimarlo. Esto no es una fiesta de autocompasión. No es narcisismo.
Es justamente lo opuesto, de hecho.
Porque en la presencia, no nos fusionamos con los sentimientos ni tampoco nos aferramos a ellos. Tampoco huimos de ellos para mantener una imagen de nosotros mismos como ‘los iluminados’ o ‘los dichosos’, o cualquier otra imagen, de hecho.
Este trabajo requiere de mucho coraje. La disposición para estar desnudos, vulnerables y desprotegidos conforme la vida surge. Mantenernos en contacto con lo que está vivo. Respirar a través del trauma mientras se purifica. No abandonarnos a nosotros mismos, buscando estados o manifestaciones futuros, porque alguien por ahí nos prometió ‘felicidad’.
Me inclino ante cualquiera que tenga el arrojo de mantenerse con su duda, cuando el mundo entero hace de la duda una patología, empujándonos a ir ‘más allá’ de ella, calificándola como ‘la prueba de nuestra falta de evolución’.
Me inclino ante cualquiera que tenga la fuerza para mantenerse cerca del miedo, cuando cada gurú y maestro de autoayuda nos juzga, nos avergüenza, tratando de llevarnos hasta un estado libre de miedo (un estado que está secretamente en guerra con el miedo).
Me inclino ante cualquiera que sea capaz de estar presente con su ira, que pueda respirar en su núcleo ardiente, que le dé permiso de estar ahí, incluso cuando la mente repita viejas historias de que se trata de algo ‘inseguro’ y ‘malo’ e ‘incorrecto’.
Me inclino ante cualquiera que pueda estar plenamente presente ante su tristeza, aunque sea por enésima vez, incluso si todos a su alrededor le dicen que se ‘anime’ o que ‘deje de revolcarse’ o que ‘eleve su vibración’.
Porque, ¿qué saben ellos acerca de este coraje extraordinario? Ellos aún no han caminado en el fuego.
Hay un punto intermedio entre la fusión y la disociación, entre la identificación y la indiferencia, entre el aferrarse y el huir. Es como el filo de una navaja, desde luego, y muchos se pierden en el camino. Se necesita habilidad para bailar en el alambre.
No es autocompasión, seguro que no. Se trata de un amor propio, radical, lo que le da su lugar incluso a los sentimientos de rechazo, que no prescinde de la tristeza ni trata de aniquilar las dudas.
No se trata de una violencia interior, sino de la dulzura de ese poder, como el océano erosionando grandes rocas a través del tiempo.
La adicción a la felicidad tiene que derrumbarse, porque no somos limitados por naturaleza, y en la inmensidad de nuestro ser, la oscuridad es tan extraordinariamente hermosa como la luz, y las sombras contienen inteligencia volcánica, e incluso la angustia es sagrada.
Alguna vez fuimos niños, y soñamos con una vida sin dolor. Ahora somos mayores, y libres, y nuestros corazones se han abierto en una forma impresionante, por lo que todo lo que surge en la vida puede pasar a través de nosotros, y ya no estamos divididos.
El alivio. El tremendo alivio de ya no tener que estar siempre ‘feliz’, y sin embargo conocer esta felicidad más profunda en la que todos nuestros yoes destrozados son abrazados, momento a momento, en el amor.
El amor es el poder, y su camino es el coraje. El maldito coraje. El simple y sencillo coraje.
Yo no ‘compadezco’ a quienes tienen el coraje de ser auténticos, a los que ya no tienen la necesidad de fingir, a los que han despertado a esa naturalidad.
No compadezco a nadie; honro el lugar en el que se encuentran; porque me veo a mí mismo en todos. Me parece que menospreciamos a los demás sólo porque no nos vemos a nosotros mismos en todos lados.
Queremos desesperadamente ser especiales, sin embargo la humildad termina destruyéndonos. La liberación está en esa destrucción, y el alivio está en reconocer que no podemos jamás ser destrozados, mientras nos postramos ante un nuevo amanecer, y otro atardecer, y una noche más.
Para quienes están listos, el camino se abre ante ellos, sin piedad.
Jeff Foster